Es fundamental reconocer que no podemos aspirar a que nuestros hijos y estudiantes desarrollen relaciones sanas y respetuosas si mantenemos una visión negativa del conflicto o, peor aún, si evitamos tomar una postura clara al respecto. Al adherirnos a tales perspectivas, no solo fomentamos una actitud inhibidora hacia el mismo, sino que también socavamos la posibilidad de relaciones sanas. En esta actitud evasiva, se pasa por alto la necesidad de autocrítica y se tiende a externalizar la culpa, confundiendo la tolerancia con la indiferencia. ¿Cuántas veces dejamos de expresar nuestros puntos de vista para evitar conflictos? Esta situación también se aplica al establecimiento de límites. ¿Qué estamos sacrificando al tomar esta decisión?
Es necesario, por tanto, superar la idea de tolerancia como pasividad para eludir conflictos; no hay que ser indiferentes frente a quienes supuestamente toleramos y mucho menos tenemos que aparentar estar de acuerdo con todo o darle la razón a todos. Justamente porque no podemos vivir sin los otros, ellos no nos pueden ser indiferentes y más que tolerancia se requiere respeto y reconocimiento para el encuentro con ellos, encuentro en el que siempre y a cada paso hay retos, competencia y riesgos. (Gutiérrez, 2003, p. 69)
Aunque pueda considerarse un tema principalmente teórico, es fundamental examinar las representaciones sobre el conflicto que sostienen los miembros de la comunidad educativa (directivos, docentes, padres de familia). Estas interpretaciones no solo influyen en cómo los adultos manejan los conflictos, sino que también se convierten en modelos a seguir durante el proceso de socialización primaria en el que los niños y niñas aprenden e incorporan estos modos de resolución al observar y emular las acciones de los adultos frente a distintas situaciones de conflicto en los diversos contextos en los que se desenvuelven.
En un estudio realizado por Cardona & Montoya (2018), que exploró las representaciones sociales del conflicto en docentes, directivos y estudiantes de la media académica en las instituciones educativas Joaquín Vallejo Arbeláez y El Salvador de la ciudad de Medellín, se encontró que estos tres grupos tienden a percibir el conflicto principalmente como una forma de agresión en todas sus manifestaciones. Esta percepción negativa genera desesperanza, en especial al promover la idea de que un ambiente pacífico es aquel donde no existen conflictos. Tal visión, utópica e idealista, distorsiona la realidad y es problemática, dado que el conflicto, como se ha señalado anteriormente, es un elemento inevitable en la interacción humana.
En esta perspectiva, se enfatiza en la prevención del conflicto, pasando por alto que las situaciones conflictivas en un contexto educativo representan oportunidades únicas para promover y aprender (y enseñar) actitudes, normas sociales, habilidades sociales, cognitivas y comunicativas. Evitar estas situaciones puede llevar a un incremento en los niveles de violencia, dado que la represión de conflictos no manifestados tiende a intensificarlos. Además, desde esta visión, se promueve su resolución inmediata, bajo la premisa errónea de que cualquier desacuerdo perturba la convivencia sana.
En contraste, la visión de la provención del conflicto, lo aborda como un proceso que no solo busca entender el conflicto y reconocer sus orígenes, sino también encontrar soluciones viables. Este enfoque implica explorar profundamente las causas subyacentes de las situaciones conflictivas. El objetivo de la provención consiste en proveer a las personas y a los grupos de las aptitudes necesarias para afrontarlas. Dicho proceso exige el desarrollo y la aplicación de habilidades como la paciencia, la empatía, la escucha activa, la curiosidad y la comunicación asertiva.
Jares (2001) citado en Cardozo, Martínez, Peña, Avedaño & Crissien (2019) expresa que la estructura del conflicto posee 4 elementos que siempre están presentes y se encuentran en confluencia constante en el contexto escolar: causas del conflicto, protagonistas de la situación conflictiva, desarrollo y contexto.
Las causas de los conflictos en el contexto escolar se clasifican en cuatro categorías principales:
(…) la primera se refiere al enfrentamiento por ideología o ciencia, es decir, conflictos que se originan por opciones pedagógicas diferentes, concepciones de Escuela, opciones organizativas diferentes, tipo de cultura o culturas escolares que conviven en el mismo espacio. La segunda se refiere a aspectos relacionados con el poder, ya sea por el control de la organización, la promoción profesional, el acceso a los recursos, la toma de decisiones, entre otras. La tercera se relaciona con la estructura, en cuanto a ambigüedad en las metas, celularismo, debilidad organizativa, contextos y variables organizacionales. La cuarta categoría se refiere a cuestiones personales y de relación interpersonal, es decir la estima propia, la seguridad, la insatisfacción laboral, la comunicación deficiente y/o desigual. (Jares, 2001, citado en Cardona & Montoya, p. 434)
En las dinámicas actuales, resulta fundamentar indagar cuáles son las causas más frecuentes en el desarrollo de los conflictos en el contexto familiar y escolar. Por ejemplo, es importante considerar el impacto de la tecnología y las redes sociales.
En lo que refiere a los participantes del conflicto, es importante resaltar que no solo los estudiantes son sujetos de conflicto, todos los miembros de la comunidad educativa son susceptibles de presentarlos. Al respecto, en el estudio realizado por Cardozo, Martínez, Peña, Avedaño y Crissien (2019), se encontró:
Los docentes y directivos docentes consideran que en las situaciones conflictivas los involucrados son los estudiantes y su rol sólo es de mediación; es decir, ellos no son causa, ni artífices de las consecuencias del conflicto, por esto no hacen referencia a situaciones conflictivas propias dentro de la Escuela, donde ellos sean protagonistas, sino sólo en contextos externos, tales como la familia, el círculo de amigos o incluso compañeros de trabajo. (Cardona & Montoya, 2018, p. 441)
Otro elemento en la estructura del conflicto, refiere al proceso que alude a la manera en que las partes involucradas enfrentan al mismo, el cual puede desarrollarse en situaciones estructurales, estratégicas y emocionales-afectivas de acuerdo con lo expuesto por Jares (2001). Por último, se resalta el lugar preponderante del contexto en tanto incide en su desarrollo y resolución.
Entre los elementos de atribución a la manera como los niños afrontan los conflictos, Fernández, 2009, (citado en Caballero, 2002) destaca tres situaciones:
(…) la percepción sobre quién inicia el conflicto, la relación de poder entre las partes implicadas y la percepción de no tener otra alternativa distinta a la agresión para dar solución a la situación. Los niños y niñas que legitiman el uso de la violencia, atribuyen el comienzo del conflicto al otro; justifican el uso de la violencia en una ventaja basada en la autoridad que puede darse por la edad, el género, mayor fuerza, etc., o atribuyen el uso de la violencia como último recurso cuando se percibe una desventaja en el conflicto. Por su parte, los niños que no legitiman la violencia, recurren a estrategias basadas en sus propios recursos, en su grupo de pares o a un adulto como mediadores ante el conflicto, cediendo ante el oponente o huyendo de la situación (Cardozo, Martínez, Peña, Avedaño, Crissien, 2019, p. 3)
No hay que olvidar que el conflicto presente en el escenario escolar es una expresión de las dinámicas familiares, comunitarias, sociales e institucionales que moldean creencias justificadoras o no del uso de la violencia en el proceso de socialización y crianza. “Los niños y niñas que tienden a justificar la violencia, muestran menos empatía y son más competitivos crecen bajo estilos de crianza autoritarios.” (Cardozo, Martínez, Peña, Avedaño, Crissien, 2019, p. 4). Las instituciones también pueden fortalecer respuestas violentas al despertar la sensación de desamparo en los afectados, dado el distanciamiento entre las lógicas adultas y las necesidades de los estudiantes. Asunto que puede obedecer a las pocas herramientas con las que cuentan los docentes para enfrentar este tipo de situaciones.
De acuerdo a Caballero (2002) para que el conflicto pueda ser un escenario de aprendizaje, de hace imprescindible:
Que el sujeto sea capaz de entender el conflicto.
Que la discrepancia tenga lugar en una situación afectiva cooperativa: la discusión y controversia dan lugar a la búsqueda de nuevas soluciones, e incentivan la curiosidad (desde el punto de vista cognitivo, dan lugar a curiosidad epistémica); si la discrepancia tiene lugar en un entorno competitivo, da lugar a un incremento del enfrentamiento.
Que el estilo de negociación adoptado para la resolución del conflicto sea cooperativo, no negociación competitiva (o gana-pierde); en caso de que la negociación falle, recurrir a la mediación.
Que las personas implicadas en el conflicto dispongan de los recursos (sociales, personales o/y organizacionales) necesarios para resolverlo. (Caballero, 2002, p. 8)
Esto convertirá las situaciones conflictivas en oportunidades para que los alumnos se conozcan mejor a sí mismos y a sus compañeros, identificando intereses comunes y diferencias, desarrollando habilidades para alcanzar acuerdos y comprender distintas perspectivas. Todo esto contribuirá a un mayor bienestar personal y colectivo.
En síntesis, el manejo del conflicto y la violencia escolar, requiere del reconocimiento de las formas como los miembros de la comunidad escolar toman postura frente a estos, cómo los perciben y cómo se perciben a sí mismos y a sus capacidades para gestionarlos.
(…) son los padres quienes enfrentan el desafío de generar mejores prácticas frente al afrontamiento de los conflictos. Esta investigación coincide con la literatura que señala a la violencia en el hogar como incidente en la aparición de conductas poco adaptativas desde la infancia. Las familias que enfrentan inestabilidad, pautas transgeneracionales de violencia, escasa formación en habilidades sociales (PULIDO et al., 2013), enfrentan grandes dificultades para la formación en convivencia y para el establecimiento de modelos positivos en la resolución y afrontamiento de conflictos. Las relaciones establecidas con los padres como modelos de interacción con los demás, favorecerá el desarrollo de la autonomía, la integración social y la apertura a relaciones interpersonales amplias. (Cardozo, Martínez, Peña, Avedaño, Crissien, 2019, pp. 14-15)
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Cardozo-Rusinque, A. A., Martínez-González, M. B., Peña-Leiva, A. A. D. L., Avedaño-Villa, I., & Crissien-Borrero, T. J. (2019). Factores psicosociales asociados al conflicto entre menores en el contexto escolar. Educação & Sociedade, 40, e0189140.
Cardona, A. R., & Páez, V. H. M. (2018). Las representaciones sociales del conflicto: una mirada desde la escuela. Revista Perseitas, 6(2), 425-446.
González, A. C. (2002). El conflicto interpersonal como oportunidad para el aprendizaje. Investigación & Desarrollo, 10(1), 2-13.
Gutiérrez, C. B. (2003). Cultura de conflictos en vez de tolerancia. Revista de estudios sociales, (14), 63-70.
Comments